viernes, 29 de junio de 2012

"Prejuicio" y "Silencioso" de Joselina Rodríguez - Taller de Literatura PEAM

Prejuicio
Con Leti éramos buenas compañeras de oficina. Al poco tiempo de ingresar yo, se puso a prueba nuestra lealtad: el jefe de sección, buchón del gerente, nos quiso tentar individualmente con la promesa de un ascenso, pero nos dimos cuenta de la maniobra y nos alertamos de inmediato.
Compartimos algunos cumpleaños, algunas mateadas de fines de semana en la plaza y hasta me vino a visitar la vez que caí en cama afiebrada. Sin embargo algo había de inescrutable en su mirada y yo no me atrevía a preguntar.
Como a los tres años de mi nombramiento, entró Eva, más joven que nosotras, más desinhibida y frontal. Enseguida se notó su empatía con Leti. Conmigo no se llevaba mal, pero no había ni esa conexión sin palabras ni esa disposición a compartir tareas y a complementarse en todo. Llegué a sentirme dejada de lado y me pesqué con pensamientos procaces y luego me arrepentí pues nunca había sido prejuiciosa ni celosa y con mi suspicacia estaba ahondando la brecha en una necesaria buena relación.
Una tarde a la hora del refrigerio, ingresé a la cocina atestada de hombres, que en la empresa eran mayoría, y que entre risotadas me decían: ¿Y, vos también curtís con estas dos? ¿Se juntan y hacen una fiestita?, (refiriéndose a Leti y Eva que acababan de salir y conversaban entre ellas, ajenas a la murmuración).
—Y si lo hiciera, ¿qué? —respondí rugiendo como no era mi costumbre— ¿Acaso yo les pregunto qué hacen cuando se juntan en casa de Néstor los viernes a la noche?
Si bien las risas y los rumores descendieron de nivel, no creo que hayan comprendido. Yo también sentía  curiosidad por esos sentimientos no expresados por ellas en mi presencia, salvo en el cruce de miradas acariciadoras y envolventes.
Hubo una semana en que Eva no fue al trabajo por estudios médicos urgentes que debían practicarle, previos a una cirugía.
Fuimos con Leti y otro compañero a visitarla a la clínica luego de la operación. Le habían extirpado un tumor, su pronóstico era reservado. Allí supimos (Leti ya sabía) que no tenía familia y, con los ojos llenos de lágrimas, desmesurados por el vendaje en su cabeza y lo demacrado de su rostro, dijo:
—Si no hubiera conseguido este trabajo, no tendría obra social para afrontar la cirugía y si no hubiera contado con el apoyo de Leti estos meses, no sé que hubiera sido de mí. Es un ángel. Ella me sostuvo sembrándome esperanza, alentándome a operarme…  Ahora, espero recuperarme.

Silencioso
—¡Se llevaron la cadenita de oro de Lucía! —Carlota sembró la alarma y con ademanes exagerados alzaba sus manos al cielo sugiriendo un pedido de auxilio divino para que esta apareciera.
—¿Quién pudo si la tenía bien prendida del cuello y no se apartó de mi lado? —dije.
Lucía es mi hermana, mi pequeña sombra, y yo, su voz y su escudo. Habíamos estado sentadas, bordando, bajo las glicinas en el viejo patio de baldosas coloradas.
—Fue un ladrón piadoso o apurado ya que dejó la medallita de la Virgen junto a la pata de la mesa…
¡Hubieran visto sus ojos de espanto, sus gruesos lagrimones y esas señas desesperadas para explicarme que ella no se la había quitado!
Tratando de apaciguar el enojo de Carlota, fui aparte a explicarle:
—Sus ojos son sinceros. Creo que se le desprendió sola.
Pero el ladrón entró de nuevo al patio dentro del balde y de la mano de Carlota. Todas lo descubrimos. La reluciente cadena colgaba de uno de los hilos del trapo  de piso.
Y allí volvió la calma y nos envolvió el aroma de glicinas y oímos la calandria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

1)COMENTE 2)ELIJA UNA IDENTIDAD 3)PRESIONE "PUBLICAR COMENTARIO"